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El Jefe


El Jefe


En algún multiverso, quizá más retorcido que este, el humorista argentino Landriscina contó lo que sigue frente a un auditorio colmado:


Carlitos quería ser jefe. Qué se le va a hacer. Quería ser jefe, quería ser jefe... y no había forma de que quisiera otra cosa, che. Usted le ofrecía un helado y Carlitos decía:


—No, yo quiero ser jefe. —Y se cruzaba de brazos, che. Y hacía trompita.

—¿Carlitos, querés ser mi novio? —por ahí le decía alguna muchachita de ahí de la fábrica que andaba solterona, llegando a los cuarenta, y ya empezaba a bajar sus expectativas.


—No, yo quiero ser jefe.


todo así, che. Pero, claro, el tipo era un operario más entre trescientos que había. Y arriba de él, estaba el encargado de soldadura. Arriba de él, jerárquicamente, ¿no? No es que lo tuviera encima, quiero decir. Lo tenía merodeando siempre, eso sí, porque, claro, el encargado de soldadura era un rango, pero era el más bajo; entonces hacía buena letra para ascender a encargado de planta. Y el encargado de planta es un tipo que solo tiene dos futuros posibles en la fábrica: o se muere el supervisor y él asciende o ascienden a un encargado de sector y lo rajan a él. Y que se muera el supervisor... es cosa difícil. Porque a un operario lo puede degollar una máquina, a un encargado le puede dar una patada de corriente, pero... el supervisor no sale de la oficina, ¿de qué se va a morir el tipo? Además, ni estrés tiene, si su único trabajo es contarle al gerente las macanas que se mandan los encargados. El gerente es un tipo que siempre se hace el preocupado, ¿vio? esos tipos que caminan de acá para allá hablando por celular, gesticulando... Y, claro, uno lo ve de lejos y piensa que está cerrando acuerdos comerciales con empresas extranjeras... pero el tipo está hablando con la esposa sobre qué cenar. van a Y después está el jefe, che. Que es un misterio. Nadie lo vio nunca. Ni por foto lo conocen. Es como una presencia.


Y resulta que un día se le acerca a Carlitos un compañero, operario igual que él, y le pregunta:


—Che, Carlitos, ¿y vos para qué querés ser jefe?


— ¿Y a vos qué te importa?

—¡Eh, loco! Pará, relajate... ¿No ves que estamos contando un chiste?


—Contalo vos el chiste, infeliz. Qué me venís a meter a mí.

—Pero dale, che... contá el remate.


—Contalo vos, gil.

—Pero dale, Carlitos.


—«Dale, Carlitos», nada. Siempre me toman de gil a mí. Estoy cansado —dice Carlitos, compungido.


—Compungido tu abuela, andá a hacerte el gracioso a otra parte. —Carlitos no puede disimular su precariedad intelectual y comete el error de incluirme en la discusión.

—Estás al horno, Carlitos —lo previene su compañero con sobrada razón.

—¿Al horno de qué? ¿Qué me va a hacer este estúpido?


Como decía, un día el jefe se acerca a Carlitos y le dice:

—Che, Carlitos, me dijeron que vos querías tener mi puesto, ¿es verdad?


¿Y a que no saben lo que dijo Carlitos?:

—Sss... Sss... No.


—¿De verdad? Porque yo ya me aburrí de estar paseando por el mundo rodeado de mujeres hermosas, y de tener tanto dinero que no se me ocurre en qué gastar. Me gustaría darte el cargo de jefe. ¿No lo querés, Carlitos?¿No querés ser el jefe?


—Ssss.... Sssss.... Ssss —Carlitos quería gritar un estrepitoso «sí», pero una extraña fuerza se lo impedía—. Ssss... No.

—¿Seguro? —El jefe aún tenía una esperanza con Carlitos.

—Sss... Sss... Ssss... Ssss... —Carlitos parecía una mosca atragantada—. Sss... Sss... Sss... Sss...

«Este me está cargando», pensó el jefe, y le ofreció el puesto a su compañero, que lo aceptó con gusto.




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