top of page

Pandemia Plim Plim



El vigilador del supermercado y yo sabemos que su pistolita-termómetro marca cualquier cosa; si mi temperatura corporal fuera de treinta y dos grados y medio, llevaría muerto un rato. Nos miramos ocultando nuestra resignación: él ejecuta ese procedimiento inútil porque ahora es parte de su trabajo, y yo lo acepto porque quiero entrar a comprar una oferta de congelados. Ambos nos descubrimos haciendo algo estúpido para conformar a quién sabe quién y poder continuar con nuestras vidas.


La situación me recuerda a cuando tenía siete años y mi hermano, cuatro años mayor, había inventado una nueva forma de ejercer su potestad sobre mí: cada vez que me tenía al paso me tomaba por el cuello y no me soltaba hasta que yo dijera «bonete colorado usaba el payaso Plim Plim». Al principio, yo me resistía y él lanzaba una carcajada cuando al fin lograba doblegarme. En pocos días, la broma decantó en una suerte de trámite. «Bonete colorado usaba el payaso Plim Plim», decía yo, levantando los ojos al cielo, al ver que mi hermano se acercaba. Él asentía con cierto tedio, como lo hace ahora el vigilador, y me dejaba continuar con mi vida. Años después me confesó que el procedimiento no fue producto de su ingenio diabólico, sino que él mismo era víctima, en el colegio, de un grandote varios grados adelante de él, y que este, a su vez, era víctima de alguien de su barrio, que a su vez era víctima de no se quién.


—Bonete colorado usaba el payaso Plim Plim —dije en voz alta.


El vigilador me miró extrañado, dejó caer su pistolita-termómetro y, contra todo protocolo sanitario vigente, me abrazó.






Si querés valorar este trabajo, podés hacerlo a través de Paypal:






bottom of page