top of page

Turrolandia


Turrolandia



—La vereda es pública, señora —se quejó Tumba.

La verdad es que tenía razón. Porque no existe, que yo sepa, alguna ley que regule el carácter de las conversaciones que un par de amigos sentados en el cantero de un árbol pudiesen llegar a tener. Yo entiendo que a Lidia no le guste que dos faloperos hablen de sus experiencias border frente a la ventana de la habitación de su nietita de ocho años, pero también entiendo al pibe cuando señala que la vereda es pública.

Desde mi ventana, seguí atento la narración de Tumba y estaba ansioso por escuchar el desenlace. Por eso la actitud de Lidia, que salió con la escoba como si estuviese espantando a dos chiquitos traviesos, no solo me resultó inocente, sino también irritante. Yo me había hecho un café tostado y tenía preparadas dos masitas finas. El desayuno de los sábados, sentado en el sillón junto a la ventana, leyendo un libro, es mi parte favorita de la semana. Aunque si hubiese tenido el auto habría ido, porque el día estaba particularmente primaveral, a desayunar a la confitería L'amour. Pero el QQ estaba en el taller. 

En cuanto apoyé el desayuno en la mesita ratona, escuché voces en la vereda. Me asomé y vi dos figuras sentadas en el cantero del árbol de Lidia.

—¡Será de Dios! —dije.

Enseguida los identifiqué: eran Ficha y Tumba, dos pibes del barrio que se la pasan en la calle tomando cerveza y fumando marihuana. A Ficha se lo reconoce a la legua porque lleva siempre un gorro piluso rojo y, muchas veces, lentes de sol. Tumba usa camperones grandes y rotosos, y habla gesticulando mucho con las manos, como si estuviese rapeando en un videoclip. Estaban sentados de espaldas a la calle, seguramente para que no les diera el sol en la cara. Yo, pellizcando la cortina lo mínimo indispensable para asomar una pupila, los veía a contraluz. Apenas podía distinguir sus expresiones.

—¡Dale, bajate!, le grité —dijo Tumba, agitando un revólver imaginario—. Y el tipo no se bajaba. Estaba ahí, viste, con las manos levantadas, re siome. ¡Bajate, gato! Yo le mostraba el fierro, viste, para que se rescate. Y como no se rescataba le pegué una patada a la puerta de atrás, ¡Pam! ¡Bajate, gato, bajate!

—Nooo, qué mal.. —Ficha se agarró del piluso.

—Y nada, perro. Entonces yo dije «Ya fue, a este lo cueteo en una gamba...». O sea, ¿te vas a bajar o no te vas a bajar?

—Te bajás o te bajo, Ajajajá.

—Claaaro. Entonces, ¡pum!, le doy un corchazo en la rodilla, lo cazo de la campera y lo tiro para afuera. El tipo cae al piso así, agarrandosé la pierna toda llena de chocolate, viste. Me subo a la camioneta, pongo primera y ahí escucho un ruido en el asiento de atrás.

—Nooo...

—Escucho un ruido y me doy vuelta, viste. Y había un guachito, así como el de la Cami, que tiene dos años más o menos... No entendía nada el guacho. Entonces veo por el retrovisor que el tipo se quiere levantar. Paráaa, ¿quién sos? ¿Termineitor?

—Ajajajá .

—Entonces freno y me quedo esperando, viste, a ver hasta dónde llegaba ese payaso. Y el tipo —se reían—, el tipo así, todo roto, arrastrándose... Entonces hago marcha atrás...

—Nooo...

—Escuchá, hago marcha atrás y me le pongo al lado, viste. El tipo estaba en el cordón, había dejado todo un rastro de chocolate, y bajo la ventana: pssssss. —Imitó el sonido de la ventanilla eléctrica—. Le digo «¿Qué hacés, papi?». Y el tipo se me acercaba. Despacito pero seguro...

—Medio que te asustaste...

—No me asusté, pero pensé «Está loquito, este». Y en eso el tipo se estira y se agarra de la manija de la puerta. «Salí», le digo. Y el guachito de atrás grita «¡Papi!». Entonces me doy vuelta y le digo «Vos callate, pendejo». 

—Ajajajá .

— Y cuando giro así, lo tengo al tipo acá, cara a cara...

—Nooo...

—Ahí dije «Bueno, amigo, vos te la buscaste». Agarré el fierro, que lo había dejado en el asiento de al lado, y pum, pum, pum. Nos vemo.

—¿Dónde le diste?

—En la cara, en el pecho...

—Nooo...

—Con el Tumba no se jode. A mi no me hagás perder tiempo, que el tiempo es dinero. Entonces arranqué y salí con todo.

—¿Y el guachito?

—El pendejo no entendía naaada. Se puso a llorar como un chancho. Le digo «Callate, guacho», y no se callaba. «¡Callate, guacho!», y no se callaba...

—Pedía plomo, el guacho.

—Pedía plomo, perro. Pero yo no quería gastar más balas, porque quería estirarlas hasta miércoles, viste, que viene el Ricky y trae más. Entonces freno en una callecita y me bajo. Lo quiero sacar al pendejo, que estaba en esas sillitas de bebé, esas que son re chetas, re aparatosas. Y, perro, tenía botones por todos laaados, no sabía dónde carajo apretar.

—Nooo...

—Parecía un... No sé, una cabina de avión, perro. «¿Cómo lo saco de acá?», y el pibe seguía llorando como un chancho... En eso pasa una vieja y le digo: «No quiere tomar la sopa, el nene».

—Ajajajá, cualquiera, perro...

—Y sí, si yo estaba re loco, también. Había fumado flores y había escabiado toda la noche, Jajá. «Circule, doña», le dije. La vieja puso cara de «Ay, qué barbaridá» y se fue. Cuestión que agarro la faca...

—Nooo...

—No, agarro la faca y me pongo a cortar los cinturones para poder sacarlo al guacho. Porque pensé: tiene toda la vida por delante, vamo a darle una oportunidá. Vamo a hacer la buena acción del día, viste.

—Pa´ ganarte el cielo...

—Pa´ ganarme el cielo. Y en eso estoy con la faca chucu, chucu, chucu, cortando el cinturón, y se me safa, perro.

—Nooo...

—Si, perro, se me safa la faca y ¡pum!, se la clavo al guachito en medio del pecho.

Ficha se agarró el piluso y Tumba se agachó para agarrar una ramita.

—Qué mal —dijo Ficha.

—Encima después le doy la camioneta al Polaco, que la quería para sacarle no sé que pieza, y le digo que me pague más, que había tenido que bajar a un tipo y a un guachito chiquito. ¿Y qué me dice, el rata ese? Que no, que a él no le importa, que esto que lo otro... Así que lo agarré del cogote y saqué el fierro...

En ese momento salió Lidia a interrumpir el relato y a espantarlos con la escoba, así que no supe cómo terminó la parte del tal Polaco. 

Tomé el café y comí las masitas. Traté de leer un rato, estaba con una novela de Arthur Conan Doyle, pero la verdad es que no me podía sacar el relato de Tumba de la cabeza. Para distraerme puse unos capítulos de Seinfeld hasta el mediodía, que fui a buscar el QQ al taller. No le funcionaba el aire acondicionado y quería arreglarlo antes de que empezara el calor. Tenían que cambiarle el forzador, que es un como ventiladorcito que va abajo del tablero. Me dijeron que ese repuesto era difícil de conseguir porque sólo lo usaban los QQ y las Tiggo de no sé que año a no sé que año.

Cuando llegué al taller, Raúl, el mecánico, me dijo «Serían tanto, porque también le tuve que cambiar el cable de no se qué y los conectores de no se dónde». Lo de siempre, lo que se espera de un mecánico. Si te dice diez, vos calculás quince. Ahí apareció el ayudante de Raúl de atrás de un auto. Un pibe rubio, rellenito. Tenía un corte en la frente y el cuello morado.

—Probá con la pico de loro, Polaco —le dijo Raúl. Y después me dijo a mí, mientras contaba la plata—: No sabés lo que me costó conseguir ese repuesto de mierda.

bottom of page